Analisis Divergente

LA DIMENSIÓN SIMBÓLICA DE LA ECONOMÍA Y LA POLÍTICA
Por: Hebert Tovar | Caracas, 16 de marzo, 2015

El origen simbólico del orden político y económico de la mayoría de las sociedades, está suficientemente demostrado por disciplinas como la Antropología Económica o la Mitología Política, que ponen el acento en la cualidad convencional y cultural de los procesos de intercambio y de ejercicio del poder. Resaltar tales propiedades arbitrarias, genera implicaciones en nada despreciables para definir la forma de relación de una entidad muy concreta, como el individuo, con una abstracción muy compleja, como el Estado.

Tradicionalmente, la historia de la economía ha descrito la evolución de las primeras formas de intercambio en las sociedades primitivas, a partir de un valor no solo de uso, sino también simbólico, de diversos objetos y acciones, que por tanto devinieron en bienes. Tal vez el acontecimiento prototípico de este desarrollo, lo constituya el uso y significado del oro, por cuanto, siendo el caso que en los primeros colectivos humanos estaban disponibles metales y materiales mucho más útiles para la vida que el oro, su conversión en unidad de medida universal para los canjes, no puede comprenderse únicamente a partir de su valor de uso.

Al considerar la evolución de la sal, su utilidad para la preservación de los alimentos y por tanto de la vida, permitirían comprender su tránsito desde un valor de uso evidente hacia su función como unidad de medida de las transacciones. Pero en el caso del oro, su relevancia colectiva probablemente estuvo determinada más por sus cualidades estéticas que por su utilidad práctica. El color y el brillo del oro, así como su maleabilidad, tal vez fueron las propiedades que determinaron su asociación con el sol y con la luz como elementos del ambiente de incuestionable importancia para la actividad común de las incipientes sociedades. De allí que el oro como representación del sol, es decir, como un símbolo solar, adquiriese la misma relevancia colectiva que el astro. De un material poco útil para la vida cotidiana, se transforma en una convención cultural ampliamente compartida que refiere a una deidad que, ella sí, afecta directamente la vida de la comunidad. Deviene valioso, no por su utilidad, sino por aquello que representa, por su valor simbólico. Una evolución similar ha sido descrita para metales como la plata y el cobre.

Corona de oro amarillo, símbolo del sol y del poder.

De tales tradiciones arcaicas, se desprenden las connotaciones mitológicas, sagradas, divinas, de estos metales, desde el principio asociados con los relatos religiosos de aquellos sectores de las sociedades que toman y ejercen el poder político. De allí que las fábulas míticas, no solo cumplen la función de explicar el orden natural y social, constituyéndose en discursos legitimadores del poder, sino que también son la fuente del valor simbólico de la base material de la riqueza. Su cualidad de convención ampliamente compartida, permitió que estos metales transitaran de modo natural hacia su institución como materiales universalmente cambiables, por cuanto el conocimiento común de sus propiedades físicas estableció el código general que posibilitó el surgimiento de las interacciones comunicativas con finalidad económica, entiéndase, de intercambio de bienes.

A diferencia del trueque, que exige el canje de bienes con un valor de uso comparable, el cambio de un bien por una porción de metal, no presupone equidad en el valor de uso de lo intercambiado. La única utilidad que se le puede dar al metal recibido, es cambiarlo por otra cosa. Aparece así la posibilidad de generar riqueza no a partir de la acumulación de bienes con utilidad inmediata para la vida, sino a través de la colección de materiales inútiles, pero valiosos por su cualidad de poder ser cambiados por cualquier otro bien. Esta posibilidad descansa en un acuerdo colectivo que asume, en parte por tradición y en parte por imposición, que tales metales son válidos como intercambiables universales.

Aparece claramente, en consecuencia, no solamente la dimensión cultural de la riqueza, en tanto que la misma descansa en pautas colectivas de comportamiento y universos de sentido compartido, sino fundamentalmente, su dimensión mitológica que apunta a procesos de construcción de significados mucho más complejos. El establecimiento del Patrón Oro, como esquema que ha regulado los intercambios contemporáneos, se remonta a un origen mitológico, que en última instancia, deviene a su vez de elementos estéticos. Tal vez en este tipo de procesos míticos, haya que explorar las razones por las cuales no existe en la actualidad un Patrón Perla, un Patrón Diamante o un Patrón Platino.

No pareciera lucir muy abrupto ahora, sostener que el valor simbólico determina el valor de intercambio, lo cual reafirma la tesis de que el orden económico se basa en convenciones culturales poco mas o menos al modo de una ley natural, en el sentido de que los mismos mitos que explican la dimensión política, sirven de fundamento para la económica. Únicamente a modo ilustrativo, según el relato bíblico, Moisés no solo formuló las reglas que ordenarían la vida en sociedad del pueblo judío, recogidas en las tablas de piedra con los mandamientos de Dios, sino que estableció que tales reglas valiosísimas, en tanto palabra del mismo Dios, debían ser preservadas en un arca, esencialmente de oro. Según el relato, la evidencia física de la alianza del hombre con el amo supremo del universo, quedaba resguardada así, por el divino metal. El valor político de las normas recogidas en las tablas, se transmuta así en la reafirmación del valor simbólico y de intercambio del metal que las contiene.

Lo relevante de recalcar el carácter arbitrario y convencional de los procesos políticos y económicos, asociados a su vez con relatos irracionales de origen remoto, es que el desplazamiento de tales estructuras no parece lograrse a través de la violencia circunstancial y episódica, que en el mejor de los casos solo permite la toma del poder del Estado, pero no el control sobre convenciones ancestrales. Tampoco la invención caprichosa de nuevos mitos por parte de una élite esclarecida que pretenda masificarlos rápidamente para establecer nuevas justificaciones para su acceso y permanencia en el poder, parece invalidar con éxito a las irracionalidades más antiguas insertas en lo profundo de la cultura.

Una y otra vez, los hechos parecen señalar que las pautas culturales no se inventan de improviso por voluntad de un comité ilustrado, sino que, por el contrario, se desarrollan a través de largos períodos de tiempo, durante los cuales los grupos humanos interactúan entre sí y con el ambiente, estableciendo en el proceso, los esquemas que regulan la vida colectiva. No obstante, el carácter convencional de tales pautas, ciertamente, no excluye las relaciones de poder. Evidentemente, quien detenta el poder y la fuerza, está en mejores condiciones de imponer las reglas.

Pero existen límites lógicos al ejercicio del poder. Un hipotético déspota que, como consecuencia de una ilimitada capacidad de coacción, pretenda establecer la obligatoriedad de que sus gobernados desarrollen su vida sin usar la visión, aún en el caso de que tenga éxito en tal pretensión, generaría un tipo de relaciones colectivas desconocidas, sin antecedentes históricos, ni culturales, en las cuales, muy probablemente, su propio ejercicio del poder carecería de sentido. Todo el orden simbólico que posibilita la vida en común, desaparecería, desapareciendo también, la propia vida en común. Para tal personaje, el ejercicio del poder impediría el ejercicio del poder. He aquí el límite lógico conformado por tal contradicción. Parece más probable que el uso de la visión se reafirme a través de una convención explícita, a que su desuso logre transformarse en una norma social, por mucha voluntad y fuerza que posea el déspota.

Los límites lógicos del poder se relacionan, por tanto, con la propia cualidad de los procesos orgánicos del hombre que establecen a su vez, límites al carácter arbitrario de las normas. Además de los límites lógicos y orgánicos del poder, el drama del voluntarismo autoritario, radica en su pretensión de sustituir una irracionalidad por otra a través de la imposición violenta, como justificación de un nuevo orden político y económico. Los mitos y leyendas del cristianismo, fuentes de la estructura de dominación de muchas naciones de occidente, se fundamentan en irracionalidades muy burdas como la concepción misma de Los Pobres Caballeros de Cristo, unos encarnizados cruzados, combatientes pacíficos, que hacen votos de pobreza para ser ricos y que aniquilan sarracenos por amor y bondad. No menos absurdas lucen alternativas que pretenden desplazar tales incongruencias, proponiendo a su vez justificaciones que se niegan a sí mismas, como las del Socialismo del Siglo XXI que pretende construir una sociedad pacífica, libre, solidaria, honesta, incluyente e igualitaria, forzando a los ciudadanos a obedecer las decisiones de quien ejerce el poder, mediante la violencia y la violación de la ley formulada desde el mismo poder.

La consecuencia práctica del carácter arbitrario, pero irrefutablemente convencional de las estructuras socioeconómicas, se visualiza en la contingencia de que un grupo político puede desplazar del poder a otro grupo, pero al carecer de un universo de sentido genuino, termina siendo absorbido por los esquemas justificadores que le preceden, colocándose, por tanto, al servicio del orden simbólico, político y económico, que pretendía desplazar. Un sistema de representaciones propio no equivale a “diseñado ad hoc”, limpio de incongruencias y apropiado para ser propagado con miras a que se instituya como el fundamento de un nuevo estado de cosas. Se impone una reubicación del problema. Una condición menos absurda, opresiva y desigual, probablemente no se genere a través de la invención de una mitología prêt-à-porter en una cabeza superdotada.

El sentido del proceso parece ser inverso, es decir, a partir de una acción de permanente confrontación con las expresiones concretas de la irracionalidad y el sometimiento de la dimensión orgánica del hombre, van emergiendo y constituyéndose los patrones simbólicos que acompañan tal confrontación. Ninguna fábula que pretenda explicar y justificar, la violencia para la paz, la obediencia para la autodeterminación, la privación para la felicidad, la avaricia para la pobreza o la exclusión para la equidad, supera el estatus de discurso del poder y, recordemos de nuevo, que existen unos límites lógicos del poder.

Una posición de anti poder por parte del individuo, ya sea que tal poder se estructure en forma de Estado o cualquier otra forma de expresión, ejercida de manera permanente y sistemática, auxiliada por la tan vilipendiada razón y con la mirada puesta en el desarrollo natural de los procesos orgánicos del hombre como criterio de validación discursiva, podría ir decantando algunas formas estéticas, simbólicas y de la praxis, que con el transcurrir del tiempo se constituyan en pautas culturales. Una integración mítica, parece estar planteada como problema de la contemporaneidad, donde posiblemente, hábitos colectivos como la economía y la política, cambien de significado.

 

*Egresado de la Primera Promoción del Diplomado en Economía Sintética para Embusteros, dictado por la Nueva Escuela Sintética Convergente de Caracas (NESC), bajo la conducción de Tito Todd.


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